martes, 6 de septiembre de 2011

El dueño de mis risas.

Esa tarde  prometía, por fin después de siete largos meses volvía a ver a mi gran amigo Jordan era el único que en esta miserable vida que me hacía reír. Valía la pena esperar tanto tiempo para volver a coincidir y es que nuestras tardes, por muy pocas que fueran, siempre daban de que hablar.



Cada día que pasaba con él era único y por desgracia, irrepetible; teníamos unas grandes ideas juntos y siempre contábamos con el apoyo mutuo, nunca había excepciones como le diría en estos casos: "el dulce sabor de la amistad verdadera".
Ahora mismo me dirigía a su casa, posiblemente ya habría preparado el material necesario para empezar a grabar un videoblog, otra gran idea a la que no pude resistirme, ¡cómo no! Siempre conseguía lo que quería, era un niño mimado, mi niño mimado.

Maldita inspiración.

Aquel día me puse a escribir, algo me había inspirado, recordaba un olor, una sonrisa, una mirada.



Escribía sin parar, las líneas se amontonaban sin esfuerzo alguno; de repente paré en seco, y es que me di cuenta de que todo lo que escribía tenía que ver con él... Con todo lo que me hacía sentir, no quería sentir aquello, no quería... ¿Cómo decirlo? Enamorarme. No quería sufrir.
Sabía de antemano que si algo pasaba sufriría y yo era de esas personas que escapaban de un sentimiento para que éste no adquiera más fuerza, porque simplemente ya lo había pasado bastante mal anteriormente, al recordar mi pasado sólo recuerdo una obsesión, el amor hacía  esa persona... No. Esto no iba a pasar; intenté cambiar de tema, mi relato tenía que adquirir otro significado, otra historia, pero no podía por más que quería aquella persona que me inspiraba quería aparecer sin quererlo en lo que relataba, así entendí que esto estaba empezando a trastornarme y por primera vez en mi vida decidí cerrar el cuaderno y parar de escribir.