Esa tarde prometía, por fin después de siete largos meses volvía a ver a mi gran amigo Jordan era el único que en esta miserable vida que me hacía reír. Valía la pena esperar tanto tiempo para volver a coincidir y es que nuestras tardes, por muy pocas que fueran, siempre daban de que hablar.
Cada día que pasaba con él era único y por desgracia, irrepetible; teníamos unas grandes ideas juntos y siempre contábamos con el apoyo mutuo, nunca había excepciones como le diría en estos casos: "el dulce sabor de la amistad verdadera".
Ahora mismo me dirigía a su casa, posiblemente ya habría preparado el material necesario para empezar a grabar un videoblog, otra gran idea a la que no pude resistirme, ¡cómo no! Siempre conseguía lo que quería, era un niño mimado, mi niño mimado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario